Muy a menudo en la organización de unos Juegos Olímpicos se asocian una serie de problemas inesperados ya sean políticos, sociales, raciales o deportivos, y en estos Juegos de Tokio también había una asignatura pendiente de aprobar como era ganarse la credibilidad del mundo,después de los sucesos acaecidos durante la II Guerra Mundial.
Tuvieron que pasar veinticuatro años para que ante el escepticismo de muchos países le fueran concedidos estos Juegos a Tokio que por otro lado serían los primeros en tener por escenario el Continente Asiático.
Siempre innovando se construyó por primera vez la Villa Olímpica para la prensa, jueces y acompañantes con una sala para trabajos informáticos y televisión. Hay que señalar que por primera vez estos Juegos atravesaron el océano Pacífico vía satélite para hacer llegar las imágenes en color a Estados Unidos y Europa que merecieron el elogio de todos. No en balde a esta Olimpiada también se la calificó como “Los Juegos de la electrónica”.
En la prueba de maratón se espera con gran expectación la nueva actuación del inesperado ganador en los anteriores Juegos de Roma el etiope Abebe Bikila, que esta vez debidamente calzado ganó con una gran ventaja siendo el primer atleta en la historia olímpica en conseguirlo por dos veces consecutivas. Su marca de 2h.12, 11 suponía un nuevo récord mundial.
Esta gesta de Abebe Bikila, adquiere una enorme dimensión si se tiene en cuenta que seis semanas antes sufrió un ataque de apendicitis por lo que tuvo que ser operado de urgencia. No obstante este grave contratiempo el atleta etíope entró cómodamente vencedor con más de cuatro minutos de ventaja sobre su inmediato seguidor.
La delegación japonesa que cosechó una gran cantidad de medallas en casi todas las disciplinas tan solo le faltaba una procedente del atletismo que no llegaba por ningún lado.
Para redimirse de esta decepción todavía existía una última oportunidad que no era otra que el corredor Kokichi Tsuburaya en la prueba reina por excelencia de los Juegos: El maratón. En esta última prueba y queriendo imitar al gran atleta francés Alain Mimoun que en Melbourne de 1956 se encontró en la misma situación, no dudó en jugarse el todo o el nada para ganar su única medalla de oro olímpica.
Por lo cual en un último y desesperado intento el atleta japonés tampoco dudó en tomar la salida, para intentar repetir aquel éxito del francés a pesar que la presencia del gran Abebe Bikila ganador en los Juegos de Roma y del inglés Basil Heatley, plusmarquista mundial en aquel momento hacían muy difícil conseguir este objetivo
Pero cómo suele suceder en todas las pruebas de los 42.195 metros, el drama siempre esta a punto de aparecer y esto sucedió cuando Kokichi Tsuburaya entró en el estadio en segunda posición entre una enorme explosión de júbilo de todo el público puesto en pie pero seguido de muy de cerca por el británico Basil Heatley que en la última curva le adelantó entre el desencanto de los aficionados y el derrumbe físico y moral del japonés, para el cual ganar el bronce supuso más que una alegría una enorme decepción, con el añadido de verse rebasado precisamente por una atleta perteneciente a uno de los países aliados.
Kokichi Tsuburaya no acababa de entender que en deporte las derrotas y las victorias empiezan y acaban dentro del propio estadio, como así mismo la tristeza y la alegría que estas generan. Siempre existe el día después y otra oportunidad para poder redimirse de una mala actuación deportiva. Pero él no lo entendió así y aquí empezó su calvario personal con un final que conmocionó al mundo.
A pesar de esta incidencia negativa, Tsuburaya se convirtió a partir de aquel momento en un ídolo para la afición japonesa que no dejaba de vitorear su nombre y el del Japón, al conseguir alcanzar un podium olímpico después de 28 años de intentos frustrados. Pero él lo entendió como un fracaso al no poder acceder a la medalla de oro para justificar la confianza que en él depositaron todos los aficionados. Las palabras que pronunció a su llegada quedaron grabadas para siempre en su cerebro, repitiendo continuamente“He fracasado y desilusionado a todo mi pueblo”. Aquí empezó su gran drama personal, que acabaría con su vida de forma trágica.
LO QUE NUNCA HUBIERA TENIDO QUE SUCEDER
Ante su gran actuación, la Junta de Fuerzas Armadas de Defensa a las cuales pertenecía estaba convencida que él era el hombre ideal para demostrar al mundo la pujanza del atletismo japonés. La cita no era otra que los Juegos de México 1968.
Con esta finalidad, siempre recibiendo órdenes de sus superiores, fue concentrado en un centro de tecnificación con un espartano plan de trabajo, con el objetivo de conseguir esta medalla para el país del Sol Naciente que, según ellos, era el escaparate ideal para hacer patente la rehabilitación del Japón en el entorno mundial.
Esta primera decisión, de recluirlo durante un periodo de cuatro años, comportaba la separación de su familia y de su prometida, con la cual tenía previsto casarse lo más pronto posible. Se le preparó un exhaustivo plan de entrenamiento, no se sabe por parte de quien que al cabo de dos años, lo dejó completamente roto. Sufrió serias lesiones en las piernas, como una grave lumbalgia que le obligó estar tres meses internado en un centro hospitalario para su recuperación.
EL FINAL DE UN ATLETA QUE NO PODÍA CORRER MÁS
No había duda, que el exceso de responsabilidad con su carga física y mental, le provocaron estas serias lesiones durante el año 1967, que fue cuando se dio cuenta de que ya no podía correr más deprisa. En los entrenamientos que vinieron a continuación pronto notó que sus piernas no respondían como lo habían hecho anteriormente por lo cual, renunció a esta cita olímpica abandonando toda su preparación.
Pocos días después, reunido todo el equipo seleccionado para los próximos Juegos de México, notaron a faltar a Kokichi siempre puntual a la cita, cosa que extrañaron por lo que decidieron ir a buscarlo a su casa donde se encontraron ante una desgarradora escena con Kokichi desangrado y muerto sobre la cama al haberse seccionado con una navaja de afeitar la carótida externa.
En sus manos, mantenía la medalla ganada en los Juegos de Tokio junto con una patética nota que decía “No puedo correr más”. Nunca el deseo de ganar una medalla había generado un drama como éste. Esta muy claro que la presión ejercida por parte de sus mandos superiores como el de un pueblo que le idolatraba y ansiaba su victoria pudo más que él, consciente de que no podría corresponderles.
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Es un gran reto fisico y mental estar arriba en los medalleros en lo personal el running es mi pasion es algo intimo conmigo mismo, las medallas no probarian nada de ese sentimiento.
no puedo correr mas !! pobre hombre lo llevaron aun limite injusto.
saludos .
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