En tiempos de videojuegos, televisores de alta definición y teléfonos inteligentes, eso de sentarse a comer en la mesa en familia puede convertirse en una práctica en extinción. Cada vez es más frecuente la escena en la que se ve el dispositivo tecnológico de turno acaparando la atención de ese comensal que suele ingerir los alimentos apresuradamente mientras chequea sus mensajes virtuales y los responde, o bien hace una “llamadita” entre bocados, mientras su niño anota un punto más en alguna contienda en una pequeña pantalla.
Y si bien eso sentarse a la mesa a comer se ha fomentado milenariamente de manera romántica por chefs y gastrónomos como un grato ritual que no debe ser interrumpido, ahora el asunto es respaldado médicamente.
Un estudio, a cargo de la doctora Barbara Fiese, de la Universidad de Illinois -publicado por el diario El Mundo, de España- comprueba, con bases científicas, que la salud de los hijos mejora considerablemente si se sientan a comer con sus padres.
En la investigación -para la que se estudiaron 200 familias con hijos entre cinco y doce años de edad, en un lapso de ocho semanas- se señala que los factores determinantes durante una comida en familia son: el tiempo que tarda uno de los miembros en levantarse de la mesa para atender otros asuntos, el control de los padres sobre las conductas alimentarias de los niños (procurando que ingieran más vegetales y frutas y menos sustancias químicas) y la comunicación entre progenitores y sus hijos que, mientras más se centre en sentimientos positivos, mejor influirá en el vigor de los muchachos.
En este último punto se hace especial énfasis con respecto al mejoramiento o empeoramiento de la condición de los niños asmáticos, la cual varía o empeora, en este caso, dependiendo de la naturaleza de tales interacciones durante el desayuno, el almuerzo o la cena. Más concretamente, se especifica que si estas interacciones son beneficiosas tienen una repercusión positiva en el funcionamiento pulmonar de los pequeños, así como una mejoría en los síntomas que acompañan la emfermedad.
El informe de Fiese aporta también que los núcleos familiares más “desorganizados” a la hora de comer son aquellos en los que los llamados jefes del hogar tienen un menor nivel de estudios.
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