Por Gina Saraceni
Participar en una carrera es una cuestión de tiempo. Hay que llegar a tiempo a la salida, hay que tomarse el tiempo para calentar, hay que correr en un tiempo determinado –eso es lo que todo buen corredor busca-. Sin esa puntualidad, sin esa atención al tiempo “que corre”, todo se pone en riesgo y, en cuestión de segundos, la meta perseguida corre peligro.
En los 21k de Buenos Aires del 11 de septiembre acabo de vivir la experiencia de llegar a la salida apenas 20 minutos antes de la partida. ¿La causa? Una variable imposible de preever por alguien que no vive en esa ciudad: la falta de taxis o, más exactamente, el exceso de taxi llenos de pasajeros que a las 6 am regresaban a casa de sus salidas y fiestas. No había forma ni manera de que un taxi se parara. No habíamos tenido la ocurrencia de reservar un carro la noche antes y, a pesar de que salimos con mucha antelación, creyendo que la cosa iba a ser fácil y sencilla, no fue así. En la medida en que pasaban los minutos aumentaba el número de corredores que deseaban el mismo taxi que queríamos nosotros y en un momento dado Carlos Jiménez dijo: -Nos tendremos que ir corriendo.
Cabe apuntar que la salida quedaba a casi 8 k de donde estábamos lo que invalidaba todo intento de llegar corriendo. Faltaban 20 minutos para la salida y los nervios aumentaban. Además ya comenzaban a cerrar las calles y las posibilidades de conseguir cómo llegar al destino disminuían cada segundo más. Finalmente se paró un taxi para dejar a un pasajero y logramos subirnos e implorarle que nos llevara a la salida. Nos dejó en un lugar desde donde caminamos casi un kilómetro para llegar a los guardarropa a dejar nuestras bolsas.
La madrugada estaba fría pero prometía un cielo soleado y despejado. Para mí estos 21k representaban una carrera de chequeo para probar mi paso para el próximo maratón de Chicago. Lo que anhelaba saber era si podía sostener el paso de 5 minutos el kilómetros y salí con esa meta en la cabeza. Tuve la suerte de compartir esta experiencia con Carlos Jiménez quien decidió acompañarme todo el trayecto y ayudarme con el ritmo de carrera.
En la salida no había corrales y eso fue desastroso porque en el primer sector se acumularon decenas y decenas de personas lentas que, cuando dieron la largada, apenas se movieron de su sitio. Abrirse paso entre esa tupida muralla de cuerpos no fue fácil. Perdimos casi dos minutos buscando cómo pasarla lo que me desanimó e hizo sentir una impotencia enorme porque no hallaba cómo avanzar en medio de tanta gente lenta que clausuraba toda posibilidad de correr. Finalmente en el kilómetro 2 y medio comenzamos a agarrar paso y empecé a sentir que me movía.
Los primero 10 k fueron por la Av. Libertador y la 9 de junio. La ruta predominantemente plana aunque pasamos por dos breves y leves subidas. Hasta allí el paso promedio era de 5. En el 11 me tomé un Gu completo con agua. Nunca lo había hecho así. Es decir, siempre suelo tomar medio y unos kilómetros más adelante, el resto. Esta vez lo tomé todo de una vez y sentí que el rendimiento aumentó. Las tomas de agua era complicadas porque había botellas cerradas que había que agarrar de la mesa porque eran pocos voluntarios que te las dieran en la mano y además hacer el esfuerzo de abrirlas.
Después del 11 k mejoramos el paso y los bajamos a 4.57 / 4.54 y me sentí cada vez mejor. Escuchaba la voz de Carlos que me decía el ritmo y me sentía fuerte y concentrada. Pasamos por una autopista que corre en medio de un barrio pobre y peligroso lo que dedujimos por el hecho de que en los laterales del camino había policías que formaban una barrera de protección. De allí desembocamos en la costanera, la zona del puerto.
Pasamos el kilómetro 16 y Carlos me dijo: -Imagínate que falta una vuelta de Leslie (una vuelta de 5k que siempre corremos en el parque donde entrenamos). Entonces me concentré más y traté de visualizar los kilómetros restantes. Más adelante Carlos me dijo: -Ahora imagínate que estamos a final de la tierrita donde se pone Orlando. Vamos a 4.45. En ese momento me sentí satisfecha por el ritmo que habíamos logrado.
Finalmente entramos a un parque y faltaban 2 k . La voz de Carlos dijo: -Una línea blanca. Al escuchar sus palabras progresivamente empecé a rematar y le di con todo hasta llegar a la meta. Al llegar, me sentí bien, entera, fuerte pero no del todo satisfecha con el tiempo que fue de 1.46.42. Esperaba que fuera 1.45 o 44 que fue mi tiempo en los dos 21k que corrí de este año. Se lo atribuí a esa salida lenta que me hizo “perder un tiempo” que nunca pude recuperar.
Después vino la medalla, el reencuentro con los otros venezolanos, el estiramiento, las fotos, la alegría, el refrigerio. Después fueron los comentarios y el análisis de la carrera.
Después fue la sensación de que en una carrera todo termina demasiado rápido y que de la medalla que tienes en el cuello cuelga también aquello que hubiera podido ser y no fue, lo que todavía no se ha alcanzado y está a la espera de ser realizado y superado. Y esa es la verdadera carrera, la que siempre está por-venir.
Buenos Aires 11 09 11
Tengo que correr,
tienes que correr
a toda velocidad
Fito Páez
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Con atencion lei tu relato sobre los 21km de Bs AS y lo primero es felicitarte a vos y tus compañeros por ser capaces de hacerse el viaje,por ser capaces de,mas alla de las dificultades que tuvieron,seguir corriendo la verdadera carrera o sea … la proxima.
De tu relato puedo inferir que te gustan las carreras «vestidas» las que a fuerza de historia y marketing nos convocan aunque sea una vez,te cuento que en nuestro pais tenemos muchas y en terrenos variados competencias que despertarian en tu espiritu maratoniano las mejores sensaciones.
saludos y la proxima ¡¡sera la soñada !!!
excelente historia gigi no me imagino si cuentas la del chequeo de los proceres que rematamos juntos o la de los 21k del plaza… saludos
Excelente relato.
Humildemente comparto el mío:
http://kilometroextra.blogspot.com/2011/09/cumplido-el-objetivo.html
Que buen relato Gina!
«No hubo tiempo alguno en que no hubiese tiempo» San Agustín