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El atletismo colombiano, que tuvo en el vallista Jaime Aparicio a su primera figura de relevancia internacional allá por la década del 50, se ha consolidado como una potencia regional en los últimos tiempos. El camino que marcó Ximena Restrepo con su medalla olímpica en Barcelona se expandió con los triunfos mundialistas, y también en los Juegos, que han cosechado desde Caterine Ibargüen hasta los marchistas. Pero en el repaso de las grandes momentos colombianos no podrán faltar nunca sus tiempos dorados de los fondistas: Alvaro Mejía primero, y luego la dupla de Víctor Mora y Domingo Tibaduiza.
Justamente Álvaro está por cumplir sus 80 años -el 15 de mayo- y también espera otro gran festejo para el 2021, cuando se trate del medio siglo de una de sus mayores hazañas: el triunfo en el Maratón de Boston, algo que ningún otro fondista suramericano pudo lograr en el historial.
“Yo había debutado como maratonista un mes antes, en Burlingame, y mis amigos me estimularon para ir a Boston. Me quedé sin trabajo en California, donde vivía, y apenas me alcanzó el dinero para pagarme el pasaje en bus. Llegué la noche anterior, me comí una pizza… y esperé la carrera”, recordó varias veces.
Se trataba de la 75a.edición del maratón más antiguo del circuito mundial y que se corrió en una tórrida mañana -inusual clima- del 19 de abril de 1971. “Con un sprint en los últimos 150 metros, y pese a sus pies lesionados, Alvaro Mejía ha ganado el maratón de Boston con el margen más estrecho de la historia, apenas cinco segundos sobre Patrick McMahon” escribió el legendario periodista Neil Amdur en su crónica en The New York Times.
Alvaro siempre recordó que había sufrido por sus ampollas en los pies durante el segundo tramo del maratón y, especialmente, por el calor. “Un detalle del calor es que, en algún momento, vi a una mujer regando las plantas, delante de su casa. Y le pedí que me regara también a mí, no me preocupé por detenerme y perder algunos segundos”, agregó.
Mejía y el irlandés McMahon, maratonista olímpico y que había obtenido el tercer puesto de Boston el año anterior, se desprendieron del pelotón de punta y mantuvieron un intenso duelo que Mejía resolvió con aquel sprint. El tercero, el sudafricano John Halberstadt, arribó lejos (2:22:43s) a una meta que se ubicaba junto al edificio Prudential. Habían largado 877 atletas, el calor desalentó a muchos y el vencedor fue mencionado como “Florez”, por el apellido de su madre. “Me inscribieron así, no recuerdo porqué”, reveló. Pero si había llegado en bus, le pagaron el pasaje de regreso a California: y se sorprendió en el vuelo de American cuando, por los altavoces, el comandante anunció que llevaban “al campeón de Boston”.
Un poco de historia
Álvaro Enrique Mejía Florez, el único suramericano que ha triunfado en Boston, representó a Colombia en tres ediciones de los Juegos Olímpicos y también fue el primer atleta de nuestra región en correr los 5.000 metros por debajo de 14 minutos y el maratón por debajo de las 2 horas y 20. Algunos, entre sus tantos méritos siendo el heredero directo del argentino Osvaldo Suárez en la supremacía del fondo suramericano y el antecesor de los nombres dominantes de los 70: los mencionados Mora y “Tiba”, y el chileno Pedro Edmundo Warnke.
Nació en Medellín, el 15 de mayo de 1940 y vivió allí hasta los once años, cuando su familia se trasladó a Bogotá. En una extensa entrevista con el amigo Mario Mesa -un gran impulsor del running en su país- Alvaro describió su infancia y sus primeros pasos:
“En la capital estudié en el Colegio Santo Tomás de Aquino y después ingresé en la Escuela Militar de Cadetes. Allí participé en algunas carreras, pero el deporte que practicaba con cierta asiduidad desde chico era el ciclismo”. Un momento clave en su vida sucedió a los 17 años: por la muerte de su padre -Alfonso Mejía Gutiérrez- tuvo que hacerse cargo de la empresa familiar, dedicada a la producción de aluminio, y dejó la Escuela. Pero también, en aquel momento, sus dotes para la carrera habían llamado la atención del profesor López Gamboa, quien lo incluyó en los equipos de la Universidad Nacional. “Entrenábamos en el estadio Alfonso López y aunque yo no estudiaba en la Universidad, me dejaron competir con ellos en los eventos de la Liga de Cundinamarca”, agregó Alvaro.
Esos primeros tiempos fueron en distancias de mediofondo y Alvaro Mejía hizo su aparición en los Campeonatos Nacionales, representando a Antioquia, en Manizales (1961) triunfando sobre 800 metros con 1m58s9 y sobre 1.500 con 4m05s0, en ambas pruebas delante de un calificado corredor como Harvey Borrero. Pero el mejor especialista colombiano en ambas distancias era José Gregorio Neira, quien dominó en los Juegos Bolivarianos de ese año, en Barranquilla, escoltado por Mejía. Este cosechó sus primeros lauros internacionales. También en 1961, Alvaro participó en el Campeonato Sudamericano de Lima, alcanzando el 7° puesto con 3m.57s.6, en una carrera que extendió el dominio de otra leyenda, el chileno Ramón Sandoval.
Aquellas incursiones de Alvaro Mejía por el mediofondo se completaron con dos grandes triunfos sobre 1.500 metros llanos: los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Kingston (1962) con 3m51s4 y el Campeonato Sudamericano de Cali (al año siguiente) con 3m53s5, siendo éste el último en el que participó.
Alvaro Mejía entrenaba y competía en una época totalmente amateur del atletismo, no existían los premios en metálico y el apoyo a los deportistas era escaso. En 1964, y ya volcado a distancias mayores, realizó una gira europea, buscando su calificación para los Juegos Olímpicos de Tokio. Y el 4 de julio, en San Sebastián, mejoró el récord sudamericano de los 5.000 metros en la misma pista en la que Osvaldo Suárez lo había logrado cuatro años antes con 14m05s0. Mejía lo redujo a 13m53s4. “Estuve toda la noche anterior en el bus, desde Madrid, llegué un rato antes de la carrera…” es otro de sus recuerdos. Esa gira incluyó otras pruebas en Alemania y España, siendo su primer fogueo ante fondistas de relevancia internacional. Pero en los Juegos no pasó de la serie, con 14m41s4 y un 13° puesto. “Quedé muy triste. Había invertido todos mis ahorros para esa gira y después, con los Juegos, no se dieron los resultados. Por momentos, pensé en dejar el atletismo”, le contó a Mario Mesa.
Lo bueno se hace esperar
Superada esa decepción, los mejores momentos llegarían después. En 1965 cosechó tres medallas doradas en los Juegos Bolivarianos de Quito (1.500, 5.000 y 10.000) y apareció en un sitio expectante de la San Silvestre (6°).
Repitió aquel triplete dorado en los Juegos Centroamericanos de Puerto Rico, en 1966, con 3m50s3 en los 1.500, 14m42s6 en 5.000 y 31m34s en 10.000. Y el 14 de septiembre de ese año, en Bucaramanga, se apoderó del récord sudamericano de los 10 mil metros al marcar 29m10s4, dejando atrás los 29m26s0 del gran Osvaldo (1959). Los nuevos triunfos de Alvaro Mejía, esta vez en Ciudad de México, abrieron importantes expectativas en su país de cara a los Juegos Olímpicos que se harían en esa ciudad, aunque mucho después. Fue entre el 18 y 20 de octubre del 66 en la Semana Internacional, donde Mejía se llevó los 5.000 metros llanos con 14m20s0, superando al subcampeón olímpico, el tunecino Mohammed Gammoudi. Y también ganó los 10 mil, con 30m10s8.
Esa temporada se cerró a lo grande, cuando Mejía triunfó en la Travesía de San Silvestre con 29m58s para un recorrido de 9,2 kilómetros, relegando al segundo puesto al campeón olímpico de obstáculos -y cuatro veces vencedor de esa prueba paulista- el belga Gaston Roelants. Mejía se convirtió en un héroe nacional en Colombia, lo recibió el presidente Carlos Lleras Restrepo y se anticipó las victorias que, en la prueba más popular de nuestra región, cosecharían Mora y Tibaduiza en los años siguientes.
Una serie de lesiones lo postergaron en la temporada siguiente y tampoco llegó en las mejores condiciones a los Juegos Olímpicos de México, en 1968. “Antes de los Juegos, mucha gente me decía que yo sería el ganador de los 10 mil metros. Yo me exigía mucho en los entrenamientos, no quería defraudar a nadie. Pero lo cierto es que llegué a México agotado, con mis piernas reventadas por el exceso de kilometraje. Fue inexperiencia, mía y de mis directivos”, recordaría después.
México 1968 marcó el despegue de la ola africana en carreras de fondo y el vencedor sobre 10 mil metros fue el keniata Neftali Temu, seguido por el etíope Mamo Wolde (luego campeón del maratón) y por un conocido de Álvaro, Gammoudi, quien pocos días más tarde se llevaría los 5.000 llanos. El australiano Ron Clarke, múltiple recordman mundial pero a quien la fortuna nunca le sonrió en los Juegos, terminó 7°, mientras Mejía ocupó el 10° puesto con 30m10s6.
Debut en el maratón
Por aquella época, el fondista colombiano se casó con una destacada nadadora estadounidense, Terri-Lee Stickles (recordwoman mundial de los 400 libre y bronce olímpico en Tokio), a quien había conocido cuando ella participaba en las Fuerzas de Paz, en Bogotá. Se marcharon a California: Terri-Lee entrenaba en el Santa Clara Swimming, el famoso club que contaba con Mark Spitz y otras luminarias en sus filas. Y Álvaro trabajó como obrero, mientras retomó sus entrenamientos con un club de San Francisco, el West Valley.
Fueron sus colegas de ese club los que le animaron al debut en maratón: 7 de marzo de 1971, Burlingame. Allí Álvaro Mejía ganó y estableció el récord sueamericano con 2:17:23 segundos, mejorando otra de las marcas de Suárez (2:21:27 en los Juegos Olímpicos de Roma). Y de Burlingame a Boston, casi sin escalas…
Pero en los Juegos Panamericanos que se disputaron ese año en Cali -primer gran evento polideportivo de repercusión mundial en Colombia- el protagonista de las pruebas de fondo fue el estadounidense Frank Shorter, anticipando su victoria en el maratón olímpico de Munich. Sobre 10 mil metros, Shorter se impuso con 28m50s83, delante del mexicano Juan Martínez (29m05s07). Mejía obtuvo la medalla de bronce con 29m06s93, batiendo nuevamente el primado sudamericano, lo cual tenía gran mérito por tratarse de una ciudad a más de mil metros de altitud. En el maratón también se impuso Shorter (2h22m40s) y Mejía terminó cuarto con 2h27m59s, con medalla de plata para el mexicano Juan Gaspar García y bronce para un colombiano, Hernán Barreneche.
Con vistas a los Juegos Olímpicos del 72, Mejía consiguió que los más destacados fondistas de su país (Mora, Tibaduiza, Barreneche y Martín Pabón) pudieran entrenar con él en San Mateo, California, donde tenían mejor infraestructura y más posibilidades de alta competición. Para Mora y Tibaduiza fue el despegue hacia su consolidación en las pruebas de pista. Mejía, por su parte, ya no pudo rendir como soñaba en el maratón olímpico (terminó 48° con 2:31:57) y aceleró su despedida del atletismo, sólo compitió aisladamente hasta ponerle el punto final a su carrera en 1975.
A fines de los 80, Alvaro retornó a Bogotá, entrenó a destacados corredores como William Roldán y Carlos Grisales, y también recibe los merecidos homenajes. Uno de ellos se lo tributó la Federación Colombiana, hace dos años, en una gala que contaba con estrellas actuales como Caterine Ibargüen y Eider Arévalo, campeón mundial de la marcha de 20 kilómetros. En Boston (2011), a cuatro décadas de su victoria, compartió la gala con figuras históricas del maratón: el australiano Robert De Castella, el británico Ron Hill. Allí Mejía contó que “se había extraviado” la medalla que le correspondía como vencedor del 71, por supuesto que le dieron una de reemplazo. Pero, como apuntó el entonces director de la prueba Tom Grizk “ganar Boston no es cuestión de una medalla. Es algo que llevarás siempre en tu corazón”.
Es uno de sus legados. Así como su vibrante campaña. Y como el consejo que siempre le dio a sus jóvenes dirigidos: “La gente que trabaja con honestidad y dedicación debe estar orgullosa. Los frutos se verán con el tiempo”.
Realizado por Por Luis Vinker para Consudatle
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