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El estilo moderno de vida, asociado a una alimentación abundante y sedentarismo, da como resultado un significativo incremento en las enfermedades crónicas no transmisibles, como son la obesidad y la diabetes.
Por Astrid Von Oetinger G.,
Kinesióloga Pontificia Universidad Católica, especialista en diabetes Joslin Center, Usa.
Es recién en 1921 cuando se descubre la insulina, en Toronto, Canadá, por Frederick Banting y su alumno Charles Best, en colaboración del bioquímico James Collip y el fisiólogo J. Macleod. En 1923 estuvo disponible comercialmente y en forma generalizada en Norteamérica y Europa, por la compañía Eli Lilly. Uno de los primeros médicos en adquirir experiencia con la insulina fue el Dr. Elliot Joslin, en Boston; en un año trató a 293 pacientes. El Dr. Joslin fue quien introdujo la educación sistemática como parte esencial del tratamiento de los pacientes diabéticos.
¿Qué es la diabetes?
Como definición de diabetes se acepta la publicada por la OMS: “el término diabetes mellitus expresa un trastorno metabólico de etiología múltiple, caracterizado por la hiperglicemia crónica debido a alteraciones en el metabolismo de los hidratos de carbono, grasas y proteínas, a consecuencia de defectos en la secreción de insulina, acción de la hormona o de ambos. Los efectos de la diabetes mellitus se manifiestan como daño crónico, disfunción e insuficiencia en diversos órganos. La diabetes puede presentar síntomas característicos, tales como sed, poliuria, visión borrosa y pérdida de peso. En sus formas más severas, es posible que se desarrolle una cetoacidosis o un estado hiperosmolar no cetósico, con letargo o coma, el que sin tratamiento adecuado termina en la muerte. Con frecuencia los síntomas no son severos o están ausentes, de tal modo que la hiperglicemia crónica provoca cambios orgánicos y funcionales por un tiempo prolongado antes de que se realice el diagnóstico. Los efectos a largo plazo incluyen el desarrollo progresivo de las complicaciones específicas de la diabetes: retinopatía con posible ceguera, nefropatía que puede conducir a insuficiencia renal y/o neuropatía con riesgo de úlceras en los pies, artropatía de charcot, amputaciones y compromiso autonómico, incluida la disfunción sexual. Las personas con diabetes mellitus tienen mayor riesgo de padecer enfermedades vasculares cardiacas, de las extremidades inferiores y cerebrales”.
¿Qué es la diábetes tipo 2?
La diabetes mellitus tipo 2 es la más frecuente de las diabetes. Representa sobre el 95% de estos pacientes, en los cuales pueden observarse niveles de insulina normales o elevados. Sin embargo, insuficientes para poder contrarrestar la insulino resistencia y normalizar la glicemia. Más del 80% de los pacientes con diabetes tipo 2 se asocia a obesidad, dislipidemia (alteración en los niveles de grasas en sangre), e hipertensión arterial.
Esta enfermedad se presenta generalmente después de los 30 años. Su evolución es de tipo subclínica, con un largo período de intolerancia a la glucosa sin diagnóstico. Sin embargo, este tipo de pacientes son metabólicamente estables y normalmente no necesitan tratamiento insulínico.
¿Cómo ayuda el ejercicio y la actividad física contra la diabetes?
La relevancia del ejercicio físico como terapia no farmacológica no está solamente enfocada al tratamiento del paciente diabético, sino también a la disminución de su incidencia en sujetos con riesgo de padecer la enfermedad.
La mantención de la glicemia en reposo, como en ejercicio, se establece bajo rangos muy estrechos (60 a 100 mg/dl). Sin embargo, el nivel normal de glicemia puede ser mantenido a través de la glucogenolisis hepática (el desdoblar el depósito de glucosa en hígado), la gluconeogenesis (producción de glucosa a partir de otras sustancias), o bien movilización de otros sustratos energéticos que sirven como alternativa.
El ejercicio físico es un potente estímulo para la captación de glucosa muscular pudiendo aumentar hasta 20 veces el nivel de reposo. En sujetos sanos, en estado post-prandial (luego de haber ingerido alimento), la captación de glucosa del torrente sanguíneo satisface entre un 15-30% los requerimientos del tejido muscular activo durante ejercicio de moderada intensidad, pudiendo aumentar a 40% durante ejercicio de alta intensidad. Es importante recalcar que la cantidad de glucosa captada aumenta exponencialmente con ejercicios de intensidad mayor al 50% del VO2 máx. (Consumo Máximo de Oxígeno).
Teniendo en cuenta las bases moleculares de la captación de glucosa y la contracción muscular, hay que tener presente que el componente más importante de la capacidad física que ha sido relacionado con la prevención en diabetes corresponde a la potencia aeróbica. Entonces, el ejercicio físico con adecuada intensidad en su entrenamiento, tanto de resistencia como sobrecarga, corresponde al arma terapéutica para el paciente diabético tipo 2.
Recomendaciones para los pacientes diabéticos
Para lograr los beneficios del ejercicio físico en los pacientes diabéticos hay que tener en cuenta que la evaluación de su capacidad aeróbica es fundamental, como parte de la evaluación inicial del paciente diabético; entendiendo que este tipo de pacientes tiene un menor consumo máximo de oxígeno comparado con sujetos sanos.
La evaluación médica previa está enfocada a descartar las complicaciones crónicas propias del paciente diabético que contraindique la práctica de ejercicio físico y el ajuste medicamentoso. Desafortunadamente, el ejercicio es comúnmente subutilizado como terapia no farmacológica, a pesar de los cambios beneficiosos, tanto en la tolerancia a la glucosa como en la sensibilidad a la insulina; cambios que normalmente se revierten dentro de 48 horas, respecto de la última sesión de ejercicio. Es así como, la actividad física regular debiera de ser un imperativo para mantener el control glicémico, mejorar la sensibilidad insulínica y controlar el peso corporal.
El programa de ejercicio terapéutico para el paciente diabético consta de frecuencia, intensidad, duración, tipo y especificidad de las extremidades a ejercitar. Respecto de la frecuencia, como estipula Elliot Joslin en su tratado de 1935, el ejercicio debiera ser diario, ya que el paciente es todos los días diabético. Pero, si nos ajustamos a la realidad, éste debería tener una frecuencia mínima de cuatro veces por semana, sin tener dos días consecutivos de reposo. La intensidad debe ser entre 40% y 75% de su máximo consumo de oxígeno. En relación a la duración, deberá contemplar de 20 a 45 minutos. Respecto del tipo de ejercicio, debe ser principalmente aeróbico. La especificidad del ejercicio físico en las extremidades debe ser enfocada a las inferiores, debido a la mayor resistencia insulínita observada en estos pacientes.
Cómo el running ayuda a prevenir la diabetes tipo 2
Un estudio del The American Journal of Medicine (2019; 132 [10], 1225–32), realizó el análisis de datos de más de 19.000 adultos de ambos sexos durante una media de 6,5 años y demostró que correr durante el tiempo libre estaba relacionado con un menor riesgo de desarrollar diabetes de tipo 2.
Los corredores tenían un riesgo un 28% menor de desarrollar la enfermedad que los no corredores. Los corredores tenían un 28% menos de riesgo de desarrollar la enfermedad que los no corredores. Y el riesgo estaba directamente relacionado en una relación lineal con la cantidad de tiempo semanal dedicado a correr: los que pasaban más tiempo corriendo tenían el riesgo más bajo.
Esta relación también se mantuvo para otros parámetros como la distancia semanal (≥6 millas), la frecuencia (≥3 veces), la cantidad total (≥540 MET-min) y la velocidad (≥6,7 mph). Los corredores con el efecto protector más significativo eran activos entre 51 y 80 minutos por semana, lo que sugiere que quizá no sea necesario alcanzar un mínimo de 75 minutos por semana, como recomiendan las directrices de actividad física.
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